miércoles, 29 de noviembre de 2017

Los usos de los Comités de Bioética. Intervención en la UPV.

La función de los Comités de Bioética especializados.


Debo empezar mi intervención agradeciendo a la Catedra Genoma Humano y especialmente a su titular Carlos Romeo Casabona, con quien estoy presente en el Comité de Bioética de España y en la Comisión de Garantías para la donación y utilización  de células y tejidos humanos por  su invitación a este Congreso, y especialmente a esta Mesa sobre la función de los comités. Me encuentro con buenos amigos, aunque un poco cohibido pues aquí hay personas que han pertenecido a comités de Bioética mucho más tiempo que yo y lo que es más significativo aún es muy posible que le hayan encontrado más sentido a la función de los comités bioéticos de la que yo he sacado en estos años.
Se recomienda empezar este tipo de intervenciones con una anécdota y encontrándome en Bilbao parece conveniente comenzar por la mención al bilbaíno más universal, Miguel de Unamuno. Y vienen las anécdotas a cuenta respecto a las posibles ventajas del diálogo que se produce en los Comités. Cuenta Ramón Gómez de la Serna que cuando Unamuno visitaba la Revista de Occidente, Ortega se retiraba a un despacho del fondo, sin participar en la habitual tertulia, pues no soportaba el inevitable monologo en el que se convertía cualquiera de las intervenciones del que para mí, y para muchos otros, es el escritor español más relevante de su generación. ,Por otra parte Corpus Barga en su crónicas literarias al mencionar la relación en el Paris exiliado entre Vicente Blasco Ibáñez y Unamuno hace dos comentarios sarcásticos y geniales sobre nuestro autor. En uno afirma que “el tema que monologaba Unamuno aquella tarde era el de la envidia española” y mas adelante vuelve a calificar esa actitud tan extendida “Unamuno sumido en su monólogo exterior”.
Ya Nicolás Gómez Dávila advertía sobre los diálogos de tono académico como los que se podrían producir en unos comités de bioética deliberativos. Con dureza nos previene: “El hombre no se comunica con otro hombre sino cuando el uno escribe en su soledad y el otro lo lee en la suya.
Las conversaciones son o diversión, o estafa, o esgrima.”
Si a la duda sobre la función de los comités de todo tipo de comités dedicados al monólogo constructivo, se une la duda sobre la propia función de la bioética comprenderán que no sólo para justificar la existencia de tantos comités bioéticos sino también para justificar la presencia en los mismos del escéptico, hay que realizar un notable esfuerzo.
En efecto, en una forma radical,  las dudas pueden establecerse sobre la propia bioética, como en su momento hizo el presidente del comité de Bioética presidencial estadounidense Leon Kass. En un conocido párrafo, para mi muy revelador de lo que ha sido la bioética, el cirujano y filósofo León Kass denunciaba la función complaciente de la bioética, que era con toda probabilidad  el papel más relevante que había cumplido la nueva disciplina.
Por un lado la bioética y los bioéticos se habían convertido en los justificadores de la acción tecnológica sobre el hombre, de su reducción a puro objeto manipulable, por mucho que se adobe esta reducción, muy señalada en campos como la reproducción humana, con términos que le dan contenido ético como dignidad, inalterable, límites éticos y el conjunto de usos de la neolengua alejadores de la imagen real sobre el que nos prevenía Orwell. La función complaciente consistiría en la progresiva justificación de la nueva intervención técnica, dando eso sí la apariencia de que se establecían límites éticos, aunque estos se redujesen a un no-límite bien fuese por la no posibilidad técnica aún de la práctica, recuérdese todo el debate sobre clonación reproductiva, bien fuese por su completa inutilidad, o por la falta de objeto o de rentabilidad. Ciertamente la reflexión bioética, más aún en los comités, no puede reducirse a una función puramente sancionatoria de lo que ocurre, pues entonces se volverá inútil, y sobrarán los bioéticos, como empieza a ocurrir en los comités eutanásicos holandeses, pero tampoco se pueden poner tan impertinentes como para hacer lo que el propio Kass denominaba “hundir el barco”.
Como Kass siguió tras este escrito participando con entusiasmo en los debates bioéticos y además presidió el comité de bioética presidencial norteamericano puede ser útil volver a su justificación, en este caso autojustificación.
Volvamos de nuevo con Gómez Dávila para trazar un cierto paralelismo de hombre escéptico no muy dado a la apología, aunque esa actitud no sea aplicable plenamente a Kass. Si se duda de la posibilidad de convencer, es relativamente difícil justificar el oficio de escribir, al menos en ciertas materias. Gómez Dávila lo explica desde la necesidad de aclararse, en sus términos, de alcanzar la lucidez:
Al que pregunte con angustia qué toca hacer hoy, contestemos con probidad que hoy sólo cabe una lucidez impotente.

Pensar escribiendo no es mala fórmula para aclararse, para definir lo que se piensa y por qué no para contrastar ante el papel si aquello que se nos ha ocurrido es una pura tontería.
Esta aclaración de lo que se piensa, no necesariamente por uno sólo nisiquiera por quienes están presentes en un determinado comité sino sobre todo lo más relevante que esta en el debate sobre una práctica o una técnica determinada es, a juicio de Kass, la función del Comité Asesor.
No es mala idea pues evita una de las trampas en las que podemos caer que es la trampa del consenso.
El consenso tuvo su fama entre nosotros, fama luego rota por el agotamiento de la idea, o si se quiere por un cierto aburrimiento de la vigencia de la misma. Lo dijo en cierto modo en autor colombiano que citábamos, los hijos nunca perdonan a los escritores que leyeron sus padres. El consenso es bueno en muchos casos para legislar y no es malo para ver los puntos de acuerdo de quienes participan en una discusión. Por supuesto tiene también su peligro. Que es lo que lo ha desacraditado. La reducción de aristas, la referencia a un mínimo común denominador que se parece mucho no al término medio aristotélico sino a lo que el estagirita denunciaba, el punto medio entre el vicio y la virtud.
Por el contrario la propuesta  de Kass acerca de las funciones de los comités  busca aclarar todo lo relevante que se está diciendo en la discusión pública para la decisión sea del Gobierno, sea del legislador. Kass parece aceptar la no traducción de unos argumentos a otros, en la línea que tan bien ha definido MacIntyre. Pero entiende que la exposición honesta, completa, discutida es muy clarificadora y funciona incluso en una sociedad de tradiciones incompatibles, que es como define la multiculturalidad o el pluralismo.
Sin querer alargarme sobre los Comités que podríamos denominar generales y teniendo en cuenta que sobre el Comité de Bioética de España hablará Fidel Cadena, debo decir que mi experiencia en los mismos es gratificante.
Por supuesto no sé si este hecho es relevante. En efecto la constitución de Comités nacionales de Bioética para que sus integrantes tengan una gran experiencia, encuentren sujetos que les aporten mucho en la materia bioética o se vean enriquecidos por el intercambio de pareceres no parece muy justificada desde una óptica productivista, sin embargo, debo decir que si tuvo su justificación práctica en el pasado, cuando, por ejemplo, las Reales Academias aparte de servir para gratificar a unos y humillar a otros, tenían como justificación precisamente el enriquecimiento cultural del debate en las mismas, que a su vez creaba lo que se consideraba en las épocas ilustradas y luego burguesas, un bien.
La discusión obliga a poner los propios argumentos en claro, de una forma diversa al permanente monologo exterior sobre el que ironizaban acerca de Unamuno, es un poner en claro esperando el debate público ciertamente, pero sobre todo la inmediata y cercana conversación.
Hay Comités como el italiano, que aún cuando producen posturas mayoritarias procuran integrar en el informe también las que han quedado en minoría, no en forma de voto particular sino como parte integrante del informe clarificador. Esto ha creado también sus debates cuando alguno ha visto reflejada su postura de forma imprecisa. Pero en nuestro sistema de actas este problema admite soluciones.
Desde el siglo XIX, especialmente por la aportación de Nietzsche, pero aún antes, al menos desde los textos de Tucídides sabemos que la referencia a la ética no es que pueda sino suele encubrir fuertes intereses. De esta forma, una explosión ética o de comités éticos puede, por un lado, constituir una súbita movilización de intereses, un convencimiento al otro que oculte la voluntad de poder, que en nuestro siglo es la capacidad de movilizar al consumidor, generando necesidades, que además por razón de la crisis ecológica se presentan como no-necesidades o superación de necesidades.
Si el riesgo está siempre presente, debo decir que mi experiencia en los Comités generales, de reflexión genérica sobre leyes o documentos, es positiva. O peco de ingenuidad o en los comités he podido ver alguna insistencia excesiva en el propio trabajo anterior o no referenciado, o un mantener la propia posición en cuanto es propia y publicada, pero en general con honestidad intelectual, una honestidad mucho mayor a la que suele encontrarse no sólo en la discusión política sino incluso en el debate académico incluso dentro de determinadas escuelas.
Puede que el sistema actual, de ética oficial recreada en los órganos públicos, invirtiendo el viejo axioma que constituyó en su momento la burguesa  por ciudadana distinción entre moral y derecho, en base a la exterioridad e interioridad, y al origen legal del uno frente al racional y social de la otra, necesite los comités. Ciertamente el cambio dirigido, con la inclusión de los nuevos modos de movilización del siglo veinte puede caer en la tentación de acelerar los cambios sociales e imponerlos, siempre claro está, en defensa de algún derecho natural o no, o de alguna liberación justificada. Pero el comité en su discusión de expertos tiende a problematizar los casos, a dar voces a opiniones que no están interesadas en la movilización, a expresar sinceridades en vez de cálculos políticos.
En las discusiones de los comités, en sus informes y en las opiniones que manifiesta cabe el matiz. De de esta forma, si la regulación de la ética desde los organismos públicos ha producido la explosión de comités es también justo observar que los comités, al menos los nacionales, debido a la forma de selección de sus miembros y a los métodos de trabajo, no han sido plenamente útiles si por utilidad entendemos la construcción de un ética oficial o ministerial. Esto no le quita valor al Comité, es obvio, sino se lo da, como dijo Zhuang Zi “Todos los hombres comprenden la utilidad de lo que es útil, pero ignoran la utilidad de lo inútil.  Debido a que frente a los internacionales no hay “representantes de Estados” y no está dominados por “activistas” de una u otra causa, como ocurre muchas veces en las Agencias de la ONU, por ejemplo, la posibilidad de discrepancia y matización es enorme y la pretensión burocrática, una sola ética de dirección ministerial se hace mucho más difícil cuando no imposible.
Podría ser prueba de esto la falta de atención política sobre los Comités que se nota incluso en la renovación de sus miembros. Como síntoma esta desidia en la renovación permite interpretaciones que pueden ser no significativa. No se renuevan los comités pero tampoco se renueva a tiempo el Tribunal Constitucional, lo que indicaría más una característica del sistema político que un desprecio de los Comités de Bioética y de la Bioética en sí.
Los Comités de ética de la investigación específicos, yo he pertenecido a dos, son otra cosa. En ellos lo fundamental no es tanto el debate o el intercambio de ideas como la valoración de un determinado proyecto o petición y por tanto una decisión justificada.
Ciertamente un comité para ser honesto debe crear una jurisprudencia propia, sentirse obligado por sus decisiones anteriores y finalmente dar una expectativa o seguridad a quienes acuden a él.
Esto ocurre con cualquier órgano que decide desde un profesor calificando a un tribunal de justicia, pero en los comités de investigaciones trabajosas y punteras muchas veces fronterizas esta seguridad se hace más necesaria. Evidentemente no está garantizada, es más en muchos casos está totalmente ausente.
Junto a la previsibilidad hay otro elemento fundamental sobre el que muchas veces no se reflexiona en la teoría pero que están presentes en las preocupaciones cotidianas de los equipos.
La evaluación bioética puede concebirse como un retraso burocrático en el esfuerzo de la Ciencia, la ayuda a una persona o pareja determinada o para el auxilio a un hijo existente y efectivamente enfermo.
En este sentido el comité adquiere conciencia de la urgencia por un lado de la labor emprendida, por otro se ve  presionado a encontrar una fórmula que reduzca el retraso.
La forma adecuada de enfrentar esta dificultad es tomar conciencia del valor de la evaluación, legalmente prevista.
Si fuéramos suspicaces podríamos pensar que se nos pone ahí, en el comité, para generar confianza. Y la confianza procede de la desconfianza previa. La posición ante la ciencia es ambivalente. Tiene una valoración ciertamente positiva unida a lo que alguien ha denominado esta mañana “el progreso” que tiene sus juicios sin embargo negativos. Lo decía con violencia Gómez Dávila: el progreso es el castigo que nos escogió Dios. Pero  el más moderado Julían Marías decía: Por lo pronto, porque tendrán a la vida pasada desde su “resultado”provisional por cierto porque el definitivo sólo se alcanzará con la muerte, cuando no se pueda seguir escribiendo- y cada época, fase o momento de la vida tiene significación y valor por si mismo, con lo que tenía de anticipación  pero intependientemente de aquello a que realmente ha llevado; en lo personal se comete muchas veces el error histórico del progresismo , que ve cada época como preparación de la siguiente, y así hasta el infinito, con una colosal evacuatio de la historia entera”.
En efecto, leída como antecedente la tecnología más que la ciencia, que es interviniente, está en la base de terribles finales tanto como de magníficos resultados, y hay cierta tendencia a poner acento en unos u otros.
La confianza se da pues contra la ciencia y se pretende asegurar mediante métodos mágicos como los kantianos:
No me resisto a citar a Corpus Barga respecto a este juego de dignidad:

“Ortega acababa a regresar a España, después de estudiar con Cohen en Marburgo, y se estaba convirtiendo en un incipiente mito con su corte de admiradores “que van a consultarle todo, hasta como deben ponerse y quitarse la camisa, desde el punto de vista kantiano, como si se acostaran con Kant.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario