lunes, 24 de abril de 2017

Amor y negocio en los vientres en alquiler.

Lo mas duro del texto de Susanna Tamaro sobre los úteros en alquiler no es la descripción de la esclavitud a la que se ve sometida quien pone su vientre para el interés ajeno o su dura referencia a la mascara que encubre la sonrisa de la hiena sino la deconstrucción del argumento del amor.
Cuando valoramos la relación con el hijo por lo querido que este ha sido, lo reducimos a la condición de objeto de nuestro cariño, realmente de nuestro deseo de padre/madre. Ya lo vimos en el argumento del aborto, que Tamaro no trata. El hijo pasa de objeto prescindible, órgano de la madre si se quiere, a sujeto absolutamente protegido y  mimado por la aceptación. Antes no es nada, luego lo es todo. No supone esto un brutal salto en nuestra especie. Durante mucho tiempo, en el partriarcado, es la aceptación del padre tras el parto lo que marcaba la distancia entre el hijo muy querido y el expuesto, abandonado en el camino o lanzado al alcantarillado. En el discurso feminista, la madre hace al hijo en su aceptación, independientemente del valor real del mismo. Algo así se ve en el texto de S Tamaro, aunque no estoy hoy para criticarlo.
Donde da en la diana es con su escepticismo amoroso. La mayoría de los hombres no han nacido del amor. Las causas han sido tan diversas, los encuentros tan variados que casi podemos decir que el hijo querido en un encuentro amoroso, permanente en el tiempo, que corona una relación y no es su accidente o su flotador salvavidas es excepcional. Hay que tener mucho valor para publicar en esta explosión de cursileria que sufrimos un juicio tan claro y tan duro. Pero precisamente el juicio sirve para relativizar las llamadas al amor al hijo que encubre el fastuoso negocio de la maternidad subrogada y, en general, de la reproducción asistida.
El útero de alquiler es la culminación de la subordinación del otro al deseo narcisista, sea de la prolongación de la estirpe genética, sea del hijo a cualquier precio sin los inconvenientes de la adopción, sea del deseo de "homologación" de la pareja exclusivamente masculina. A este deseo, que no distingue el amor de la compra de mascota, le es indiferente el criadero de donde sale el objeto de su satisfacción. Para ello rompe la verdadera maternidad, el intercambio, la carga, el afecto para prostituirla en una relación mercantil que esclaviza por un lado y por el otro introduce la lógica de la producción. El hijo encargado, querido con mucho "amor", debe funcionar bien y reunir las condiciones de tan exigente contrato, de tan cumplidoras compañías, la "reputación" está en juego.
Creo que el cinismo se lleva al extremo al decir que la persona forzada y prostituida lo hace colaborando en un acto de altruismo. Ya se sabe las prostitutas se ver conducidas a su explotada situación por "amor" al cliente, que busca su servicio igualmente por amor.
Y ya tenemos la palabra amor mancillada como tantas otras, prácticamente irrecuperable. Ya se sabe,  guerra es paz,

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