Apenas los moderados dan su pasito, incorporándose a la
marcha de los tiempos con una ley “equilibrada”, que busca evitar la
implantación de la reforma aún más radical; y así se aprueba en Madrid una ley
de muerte digna, que quiere ser eso, un sí pero no, cuando los radicales nos
recuerdan su propósito de transformación total. Ese proceso del que salvo en
alguna medida económica no se vuelve nunca, pues ya se sabe, como nos dirían
ellos y han tragado los conservadores del radicalismo, del progreso nunca se vuelve.
Así la ultraizquierda, lograda la aceptación también aquí de
su forma de llamar a las cosas, muerte digna, ahora pretende una ley de
eutanasia completa, con menores por medio, eso sí emancipados, y de momento con
enfermedad terminal e irreversible.
Lo hacen invocando un derecho. Y uno sospecha de las
llamadas a los derechos iranovenezolanas; siempre hay gato encerrado en estos derechos
que por una libertad consiguen eliminar
una garantía. Viendo lo que pretenden hacer con la libertad de expresión en
nombre de la libertad de expresión, caemos en la cuenta de lo que harán con el
derecho a la vida con lo que llamarón en
su neolengua derecho a la muerte digna.
El derecho consiste básicamente en que si una persona
especialmente vulnerable- en los sistemas hospitalizados actuales, o incluso en
los sistemas domiciliarios familiares-
desespera, su desesperación se verá colmada por la acción de un médico que
se precipitará a eliminarlo, por su bien, dadas unas circunstancias especiales,
normalmente una definición de enfermedad, que en un proceso de pendiente
deslizante, se vuelve cada vez más difusa.
En ciertas circunstancias, muy gravosas, muy caras,
difíciles de sostener por el sistema sanitario, habíamos logrado con
dificultades una asistencia más o menos correcta. Algunos nos esforzábamos, en
mi caso muy modestamente, por un aumento sustancial de la atención paliativa,
que crease no una muerte digna sino una atención correcta al final de la vida.
Con todo su esfuerzo, con todo su gasto y, por qué no decirlo, con toda su
dureza.
Ahora, los defensores de la libertad a la cubana, nos
ofrecen como panacea, otra vez, una libertad que no es tal. Antes un enfermo
podía esperar su derecho a ser atendido. Ahora surge la presión de que acceda a
la libertad de ser eliminado.
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